En el estreno de la serie sobre Carlos Monzón y el crimen de Alicia Muñiz, la ficción le gana la pelea a la realidad. La inclusión de episodios que nunca existieron se reitera en los dos primeros capítulos.
Por Gustavo Visciarelli
Los dos primeros capítulos de la serie Monzón, estrenada anoche, evidencian que hay un nuevo sospechoso en este caso policial eterno: el guion.
El desenterramiento de una balanza de precisión en la escena final, sumado a una serie de detalles preliminares, parece indicarnos que el abordaje del proceso penal a Carlos Monzón está demasiado comprometido con la ficción. Y que no se trata de una línea casual. Por el contrario, apunta a rescatar y poner en primer plano ciertos aspectos “mitológicos” del caso que siempre hallan terreno fértil en un segmento de la opinión pública.
Patricia Perelló, ex codefensora de Monzón, tuvo ciertas prevenciones ante la posibilidad de que el límite de la ficción invadiera perjudicialmente la realidad. La abogada -que no vio los dos primeros capítulos porque está en Italia- se negó a que emplearan su nombre real en la serie.
Perelló será representada en la serie por la actriz Florencia Raggi, con quien se reunió en varias oportunidades para hablar sobre el caso y permitirle elaborar el personaje. En diálogo con LA CAPITAL, la abogada señaló que en esa etapa no le dieron detalles sobre el contenido de la serie, que fue mantenido en secreto por la productora en el marco de un “contrato de confidencialidad”. Sí le indicaron que se trataba de una ficción. Y por eso se negó a concurrir a una escribanía para autorizar la utilización de su nombre real ante la posibilidad de que un “desborde ficcional” la perjudicara.
Carlos Pellizza (Parisi, en la serie), el fiscal que investigó el caso, evidencia que se ha tomado los dos primeros capítulos con buen humor, pero aclara que no le gustaron.
Si bien comprende que una producción televisiva necesita de aditamentos no reales, considera que los hechos centrales deben ser resguardados. Y se muestra crítico cuando lo ficticio “se emplea para enchastrar”.
Admite que la escena que más le disgustó fue la reunión del juez y los abogados en plena reconstrucción del hecho, cuando el magistrado –temeroso de la opinión pública- hace una serie de advertencias amenazantes. “Eso jamás ocurrió y me pareció una escena muy desafortunada”, comenta Pellizza.
Luego de señalar entre risas que nunca le expresó a Monzón su admiración como púgil (cuestión que sí aparece en la serie), el fiscal jubilado sale en defensa del defensor (valga el juego de palabras). Pellizza no está de acuerdo con el rol que se le otorga al doctor Jorge De La Canale, personificado por Gustavo Garzón, en su “obsesión” por acreditar que Monzón estaba alcoholizado. “La postura de la defensa nunca pasó por demostrar que Monzón estaba ebrio. Y en la serie lo muestran al defensor sacándole el suero porque “lava la sangre”, cosa que jamás ocurrió. Y que habría sido un delito”, afirma Pellizza.
No se puede obviar que el crimen de Alicia Muñiz en manos de Carlos Monzón alentó múltiples versiones que nacieron en plena etapa procesal y que se reactivan cuando cualquier circunstancia revive el interés por el caso. La presencia de “otro hombre” en el escenario del hecho es una de ellas. Y la existencia de drogas en aquella casa alquilada por Adrián “Facha” Martel es otra.
Siempre es bueno recordar que la intervención de otra persona en el asesinato de Alicia Muñiz jamás tuvo asidero y ni siquiera llegó a ser debatida en el juicio. Y que si Martel tenía drogas y logró hacerlas desaparecer (muchos años después dijo que la sacó de la casa en la mochila de su hijo) no tuvo vinculación alguna con el femicidio. Y acerca de las fábulas sobre la posterior alteración del escenario del crimen, debemos recordar que Monzón fue condenado con las evidencias allí recogidas. Y, sobre todo, con las que dejó en el cuerpo de la víctima (más allá de la polémica sobre el esternocleidomastoideo).
Sería prematuro anticipar una opinión definitiva sobre la serie. Podemos decir, sí, que la ficción pelea con la realidad y parece haberle ganado los dos primeros rounds. Corolario de este dictamen parcial es la última escena, donde el fiscal, secundado por policías y perros rastreadores, desentierra en el escenario del crimen una balanza de precisión, símbolo del fraccionamiento y venta de drogas. Ese procedimiento jamás existió. El hallazgo de la balanza tampoco. Entonces, el guion pasa a convertirse en un nuevo sospechoso de este eterno caso policial.